jueves, 29 de julio de 2010

SANTA CRUZ DE LA SIERRA 5-8 julio 2010



Mi primer aterrizaje en América ha sido en Santa Cruz de la Sierra. Es una ciudad mayor en extensión que las dos capitales, La Paz y Sucre, pero menor en número de habitantes que La Paz, por ejemplo. Santa Cruz tiene 2 millones de personas. Es cosmopolita en comparación con el resto del país y constituye el centro de negocios de Bolivia. Cualquier empresa que se precie tiene sede en Santa Cruz.
La ciudad está distribuída en anillos concéntricos. Es de aspecto muy descuidado y sucio. Casi plana; no hay edificios de más tres plantas. Se le recomienda al turista que permanezca en los tres primeros anillos y que no trate de investigar en los extramuros. Si cogéis un mapa de Santa Cruz, os sorprenderéis al ver que el muro que separa los anillos está dividido en dos: muro externo y muro interno.
Nos hemos alojado durante tres noches en un hotel de precio medio, a escasos 200 metros de la plaza principal de Santa Cruz. La primera noche la plaza estaba preciosa. La tenue luz amarilla oscura bañaba la fachada de la catedral. Franquean la plaza cuadrada, enorme, dos embajadas, la casa de la cultura y varios cafés con terrazas. Estaba atestada de gente. Con clima cálido y húmedo. Os recuerdo que estamos a 500 metros sobre el nivel del mar. Varias generaciones convivían en la plaza: los abuelos jugaban al ajedrez en una partida comentada en voz alta en la que todos participaban, parejitas de novios que se besuqueaban en los bancos, familias con hijos que paseaban… una vida que me recuerda a los pueblos andaluces y que en capitales como Madrid ya se han perdido. Un señor de unos 45 años empujaba un carrito lleno de termos de café con leche y vasitos desechables. Era como un “aguaó” ambulante pero de café.
Se nos acercó un pequeño de unos 8 años para pedirnos dinero. Estamos alertadas el respecto de no dar dinero a nadie que nos pida en la calle. En los exteriores de la plaza hay quiosquillos, muchísimas tiendas, zonas comerciales, etc. Anoche algunos niños vestidos como los campesinos bolivianos (mantas de colores, etc) pedían en las esquinas. Se me parte el alma verlos descalzos, tan delgados…. Una niña cantaba en una lengua incomprensible que no me sonaba a quechua mientras pedía y protegía a su hermano menor. Me acordé de mi sobrinos Candela y Carlitos y de cómo ella protege a su hermano. Los niños son niños en el mundo entero con sus necesidades y su inocencia sólo que unos que hemos tenido más suerte que otros en el reparto geográfico de este caprichoso universo.

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